
Al principio, Doriela Inés Mesa no aceptaba que su bebé era sorda, aunque muchas personas le preguntaban ¿la niña no escucha? Ella le hablaba, le cantaba, le jugaba con cascabeles y le parecía que la mirada de su hija buscaba el sonido, aunque muchas veces, no respondía.
La mamá luego decidió ir a la Eps para exigir un examen auditivo, trámite que no fue de un día para otro porque ella vive en Santa Rosa de Osos, un pueblo del norte de Antioquia, ubicado a tres horas de Medellín.
A la pequeña Yurileny la examinaron otorrinolaringólogos y audiológos, quienes determinaron que era sorda, por lo que empezaron a hacerle terapias para que asimilara un implante coclear, dispositivo electrónico con el que aprendió a escuchar y a hablar, desde los 10 meses de edad.
“A medida que crecía, decía: mamá, papá y tetero. Ella a sus 6 años tiene un lenguaje perfecto, se comunica con otros niños de su edad y estudia en una escuela normal”, describe Doriela.
Si la madre no hubiese detectado y aceptado a tiempo que su niña era sorda, la pequeña posiblemente nunca hubiese escuchado ni aprendido a hablar, solo hubiese podido comunicarse mediante señas.
Gloria Tobón, otorrinolaringóloga y especialista en otología de la Clínica Orlant de Antioquia, explica que cuando un bebé nace sordo si no se diagnostica antes de los 4 años, nunca podrá aprender a escuchar ni a hablar.
Lo ideal, dice la especialista, es diagnosticar a un bebé antes de los seis meses de edad y empezar el proceso de implantación cuando cumpla su primer año. Si esto se logra, ese niño tendrá las mismas capacidades que uno que nace con sus cinco sentidos. Contrario a si la falencia se identifica después de los 3 años, tendrá un retraso frente a los otros niños.
Eso representa que cuando un paciente nunca ha tenido estimulación ni desarrollo del lenguaje, pero es menor de 3 años, es un candidato para acceder al implante coclear, pero si sobrepasa esa edad, será imposible que asimile el dispositivo y que tenga una vida normal.
ELTIEMPO